Las falacias del culto a Loeb

Cuando el hype y el sensacionalismo mediático alimentan la fascinación pseudocientífica




(Este artículo es traducción del original en inglés que se puede encontrar aquí)

Introducción

La palabra «culto» se usa aquí como traducción del vocablo "cult" en el artículo original en inglés, en el sentido recogido en el diccionario Merriam-Webster ([1], 2.c): «un grupo de personas caracterizado por una gran devoción hacia una persona, idea, movimiento u obra». En los últimos meses he observado, o al menos esa es mi impresión, el surgimiento de un poderoso culto en torno al físico Abraham «Avi» Loeb y/o a su idea de que el cometa interestelar 3I/ATLAS no es en realidad un cometa, sino una nave espacial alienígena.

Aunque no dispongo de estadísticas objetivas, mi percepción personal (admito que subjetiva) a partir de la interacción en redes sociales con muchos seguidores de Loeb sugiere un perfil bien definido. Suelen ser mentes curiosas, deseosas de desvelar los misterios del universo, genuinamente interesadas por la ciencia, pero con un conocimiento limitado no solo del cuerpo actual de conocimiento científico, sino incluso de los conceptos más básicos de filosofía de la ciencia. Además, a menudo carecen de fuentes de información fiables y su curiosidad natural se nutre de una mezcla difusa y confusa de noticias en medios generalistas o, peor todavía, de la maraña de sensacionalismo pseudocientífico tan abundante en las redes sociales.

El caso es que siento cierta empatía hacia estos seguidores. Me recuerdan a mí mismo durante mi infancia y juventud, curioso y hambriento de conocimiento, aunque en mi caso el paisaje de desinformación era mucho menos denso. Se limitaba casi exclusivamente a los libros de J. J. Benítez o a los programas de Jiménez del Oso en la televisión pública española. Hoy el entorno es mucho más caótico y persuasivo. Muchas de estas personas son mentes brillantes e inquisitivas que simplemente han sido seducidas por el poder del lado oscuro, la pseudociencia. Aunque para algunos este puede ser un camino sin retorno, estoy convencido de que a muchos se les puede traer de vuelta a la luz. La ciencia real quizá no sea tan deslumbrante a corto plazo como la pseudociencia, y desde luego exige un esfuerzo intelectual mayor. Sin embargo, quienes se adentran en su camino descubren una satisfacción mucho más profunda y duradera, una conexión genuina con la realidad que las fantasías de sofá no pueden igualar.

Cuando empezó la primera oleada de ruido sobre 3I/ATLAS escribí este artículo [2] con la esperanza de que el asunto quedaría aclarado y no tendría que perder más tiempo dando explicaciones sobre el tema. Me equivocaba. Otros colegas han escrito también análisis claros y contundentes explicando por qué este culto tiene poco sentido. Recomiendo especialmente el artículo del Dr. Jason Wright, astrofísico de la Universidad de Penn State y, por cierto, investigador reconocido en el campo de la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) [3]. Como se puede ver, no es que estamos hablando aquí precisamente de científicos de mentalidad cerrada.

De forma sorprendente, los artículos que presentan argumentos científicos directos y transparentes para desactivar las afirmaciones esotéricas sobre 3I/ATLAS no parecen ser suficientes para los seguidores de Loeb. Mis interacciones con algunos de ellos en redes sociales me han llevado a concluir que la clave no está en la argumentación científica, sino en una serie de convicciones firmes, pero erróneas, que emanan del propio discurso de Loeb y que se difunden por los medios de comunicación sin que casi nadie las cuestione. Esas convicciones constituyen los cimientos del culto. En este artículo vamos a examinar esas falacias.


Falacia 1. «Loeb es un investigador muy prestigioso, por lo tanto sus afirmaciones deben ser profundas y bien fundadas»

Loeb se ha ganado un merecido reconocimiento en su área principal de especialización, que es la cosmología teórica. Sin embargo, cuando se trata de cometas y asteroides su nivel es de principiante, lo que significa que sus opiniones sobre estos temas no son intrínsecamente más fiables que las de cualquier otra persona no experta en la materia. Me gustaría dejar claro que no veo ningún problema en que alguien intente hacer contribuciones científicas fuera de su campo habitual. De hecho, puede ser beneficioso porque aporta perspectivas frescas y, cuando menos, para que el investigador en cuestión aprenda mucho. Yo mismo intento hacerlo cuando tengo ocasión. Lo importante es afrontar un nuevo dominio con humildad, reconocer el trabajo acumulado de los especialistas que se han esforzado durante décadas para llegar hasta donde estamos y apoyarse en ese conocimiento. Por contra, Loeb suele despreciar trabajos previos, repite errores de principiante y a veces utiliza de forma incorrecta resultados de papers anteriores, como se discute en [4].

La falacia lógica aquí es la apelación a la autoridad. En un debate racional las afirmaciones deben sostenerse o caer por la evidencia y el razonamiento, no por la reputación de quien las propone. Un buen currículum no sustituye a unos datos sólidos y a un análisis cuidadoso. Pero es que en este caso ni siquiera se cumple esa condición. Loeb no tiene un currículum fuerte en cometas, ciencia planetaria o cuerpos menores.

También merece la pena reflexionar sobre una paradoja que dice mucho sobre nuestra sociedad. Cuando Loeb hizo su mejor trabajo científico, el que le valió el prestigio del que actualmente goza, muy pocos de quienes ahora apelan a ese prestigio habían oído hablar de él. Invocan su reputación como garantía de autoridad, pero esa reputación se basa precisamente en la investigación rigurosa y técnica que antes ignoraban. Solo ahora, cuando Loeb se dedica a hacer afirmaciones altamente sensacionalistas y especulativas, se ha hecho famoso y es conocido por sus seguidores. Esto ilustra un problema más profundo. Nuestra sociedad es incapaz de reconocer el verdadero talento científico a menos que venga envuelto en sensacionalismo. El verdadero mérito intelectual rara vez se viraliza. Loeb, que tiene las dos caras de la moneda, es un ejemplo poco común que pone de manifiesto esta paradoja. La sociedad es indiferente al mérito intelectual, pero luego lo utiliza para legitimar afirmaciones pseudocientíficas.


Falacia 2. «Las críticas a Loeb vienen de científicos envidiosos, mediocres o irrelevantes»

Esta es una falacia muy relacionada y que el propio Loeb fomenta de forma activa. A menudo presenta a sus críticos como investigadores mediocres o fracasados, como «un bloguero que no ha escrito siquiera un paper en una década» [5]. La insinuación es clara. Si su currículum tiene menos peso que el suyo, entonces sus opiniones carecen de valor.

Es cierto que el índice h de Loeb es impresionante, alrededor de 133. Para situarlo en contexto, el mío es un más modesto 44, bastante inferior, aunque perfectamente respetable para un investigador en mi franja de edad. Sin embargo, métricas de este tipo dicen muy poco sobre la competencia en un área concreta. Cuando hablamos del sistema solar o de la dinámica de cuerpos menores, nuestros niveles de experiencia son, de hecho, bastante comparables. Lo que importa no es el currículum global sino el conocimiento del dominio específico y cómo se aplica.

La falacia aquí es el desprecio por estatus, una variante de la apelación a la autoridad en versión defensiva. En lugar de responder a la crítica en sus propios términos, se atacan las credenciales de quien la formula. En ciencia los argumentos se evalúan por la evidencia y la lógica, no por el índice h de quien los presenta.


Falacia 3. «Yo no digo que sea una nave alienígena, solo mantengo la mente abierta»

Esta es quizá la falacia más fundamental que subyace a todo el fenómeno. Loeb insiste en que nunca afirma que 3I/ATLAS, o antes 1I/ʻOumuamua, sea una nave alienígena. Solo lo presenta como una posibilidad que no debería descartarse. En apariencia, esto suena a apertura intelectual, una virtud científica que consiste en considerar todas las hipótesis. En la práctica funciona como un escudo retórico. Le permite disfrutar de la publicidad y la fascinación asociadas a una afirmación extraordinaria sin tener que asumir la responsabilidad por la ausencia de evidencia.

La manera en que enmarca esta «posibilidad» está cuidadosamente diseñada para lograr el máximo impacto mediático. La defiende con vehemencia incluso frente a evidencias crecientes en contra. Por ejemplo, la detección clara de una coma alrededor de 3I/ATLAS, que lo identifica de forma inequívoca como un cometa. En lugar de aceptar este hecho, Loeb acusó a los astrónomos de todo el mundo de interpretar mal o manejar mal sus datos, como si de repente todos los astrónomos del mundo se hubieran olvidado cómo tomar imágenes de un cometa. Esta estrategia mantiene viva la idea en la imaginación del público incluso mucho después de haber perdido toda plausibilidad científica.

Por si esto fuera poco, en la «escala de Loeb» [9], que él mismo diseñó para cuantificar la probabilidad de que un objeto interestelar sea artificial y donde el nivel 8 representa tecnología confirmada, asigna a 3I/ATLAS un valor de 4. Y eso siendo, según sus propias palabras, «todo lo conservador que puede» [10]. Es decir, que mientras insiste en que no afirma nada sino solo mantiene una mente abierta a la posibilidad, al mismo tiempo coloca el objeto a mitad de camino hacia la tecnología confirmada en una escala que lleva su propio nombre. Esto no es curiosidad. Es sensacionalismo fríamente calculado.

Es esencial distinguir entre hipótesis razonables y suposiciones disparatadas. La ciencia se nutre de la especulación creativa, pero esas ideas deben permanecer dentro del ámbito de lo remotamente plausible. No es que las ideas poco plausibles estén prohibidas. Simplemente hay un punto a partir del cual mantenerlas vivas es absolutamente inútil, porque no conducen a ningún avance.

Imaginemos que vemos una gallina con plumas de un rojo y un amarillo muy llamativos, como nunca habíamos visto antes. Podríamos preguntarnos de manera razonable qué factor genético o ambiental produce esos colores en ese animal. Pero si decimos «quizá sea una gallina alienígena» y exigimos que todo el mundo mantenga abierta esa posibilidad, nos hemos salido del terreno de la ciencia. Esa afirmación es absurda y no nos ayuda a entender la rareza de la gallina. No hace avanzar el conocimiento, aunque puede que ayude a vender algunos libros sobre gallinas alienígenas.

Dicho sin rodeos, este tipo de sugerencias no amplían la investigación científica, sino que la erosionan. Sustituyen la curiosidad por espectáculo circense. Al presentar lo absurdo como plausible, Loeb confunde al público sobre qué es la ciencia y cómo funciona. Tener mente abierta no consiste en aceptar todas las malas ideas, sino en estar dispuesto a seguir la evidencia adonde lleve, incluso cuando eso implica renunciar a nuestras ideas originales.

Desde el punto de vista filosófico, tener la mente abierta no consiste en aceptar todas las ideas como potencialmente verdaderas. Consiste en ser sensible a las razones y a la evidencia, cambiar nuestras opiniones cuando se demuestran incorrectas. Ya lo subrayaron John Dewey, Karl Popper y, más tarde, muchos epistemólogos contemporáneos. La verdadera apertura implica estar dispuesto a revisar nuestras creencias cuando la evidencia lo exige, no negarse a juzgar o descartar afirmaciones que han sido falsadas. La ciencia depende de este equilibrio. Las hipótesis deben considerarse con libertad, pero también deben rechazarse cuando quedan refutadas. Estar tan abierto de mente que uno es incapaz de dar un caso por cerrado no es una virtud, es confusión epistemológica. Carl Sagan lo expresó de forma memorable: «hay que tener la mente abierta, pero no tanto como para que se te caiga el cerebro» (la primera referencia escrita que conozco de esta idea se debe a Max Radin, en 1937). La falacia aquí consiste en equiparar el descarte de ideas refutadas con la cerrazón mental.


Falacia 4. «Criticaron a Galileo, ahora me critican a mí. Por lo tanto, debo de tener razón»

Esta es una de las falacias más seductoras y persistentes de la historia de la ciencia. También se la llama el gambito de Galileo o falacia de Galileo (Galileo’s gambit en inglés) y es un caso particular de falacia de asociación. La idea es que ser rechazado o criticado por el llamado estamento científico es una señal de que las ideas propias son revolucionarias e innovadoras. Al fin y al cabo, Galileo fue ridiculizado y perseguido, y al final resultó tener razón. Así que, según este razonamiento, si Loeb también recibe críticas, eso prueba que también él tiene razón.

La falacia reside en la falsa equivalencia. Por cada Galileo injustamente rechazado hubo miles de chiflados y visionarios autoproclamados que también fueron rechazados con razón. Tener a todos los expertos en contra no convierte a nadie en Galileo. Simplemente significa que todos los expertos están en tu contra. Lo que importa es si la evidencia respalda la afirmación.

Loeb ha llegado a bautizar su proyecto de búsqueda de OVNIs como Proyecto Galileo [6], sugiriendo  una comparación entre su situación y la del Galileo histórico. La elección del nombre no es accidental. Refuerza la narrativa del visionario solitario que desafía la ortodoxia y es silenciado por el sistema. Es un mito cuidadosamente construido para atraer la simpatía del público y la atención mediática.

En realidad, Loeb no sufre persecución. Lo que enfrenta es el proceso normal y saludable de escrutinio científico. La crítica entre pares no es censura, es control de calidad. El hecho de que sus afirmaciones extraordinarias sobre 1I/ʻOumuamua o 3I/ATLAS no hayan convencido a los expertos no demuestra que la comunidad sea estrecha de miras. Demuestra que sus argumentos no alcanzan los estándares de evidencia mínimos exigibles.

Compararse con Galileo es un ejercicio de autoelogio, no de ciencia. Galileo no tenía razón porque fuera perseguido. Tenía razón a pesar de esa persecución, simplemente porque sus observaciones y su razonamiento eran correctos. Esa es la distinción crucial que el culto a Loeb tiende a pasar por alto. La falacia es tan conocida que tiene nombre propio, el gambito de Galileo.


Falacia 5. «Son demasiado cerrados de mente como para creer en vida en el universo»

Este argumento es tan falaz como injusto. Loeb sugiere a menudo que la comunidad científica rechaza sus afirmaciones sobre 1I/ʻOumuamua o 3I/ATLAS porque es cerrada de mente con respecto a la posibilidad de vida extraterrestre. Esto es simplemente falso. La mayoría de los científicos acepta que la vida puede existir en otros lugares del universo y, de hecho, muchos trabajamos activamente para encontrarla. Yo mismo me cuento modestamente en ese grupo.

El problema no es si la vida existe, sino lo inmenso y vacío que es el universo y lo lejos que puede estar esa vida de nosotros en el espacio y en el tiempo. Sabemos que las estrellas están separadas por distancias enormes. Sabemos también que, en los 4 500 millones de años de historia de la Tierra, solo ha habido una civilización tecnológica durante los últimos pocos siglos, apenas un instante efímero en la escala cósmica. En otras palabras, si observásemos la Tierra en un momento aleatorio de su vida, casi con seguridad no encontraríamos ninguna civilización tecnológica. Esto sugiere que quizás sea necesario contar cientos de millones de planetas habitados para al menos uno albergase una especie inteligente capaz de desarrollar tecnología.

Identificar el escepticismo hacia los argumentos de Loeb con la negación de la vida extraterrestre es una trampa retórica. Presenta a los críticos como materialistas dogmáticos y a él mismo como el visionario solitario que se atreve a hacer las «grandes preguntas». En realidad, científicos de todo el mundo dedican sus carreras precisamente a esas preguntas, a través de la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI), la astrobiología, la ciencia planetaria o el estudio de exoplanetas.

Quisiera mencionar algunos nombres, por si el lector quiere seguir trabajos de SETI serio. David Kipping, Amadeo Balbi, Sofia Sheikh, Jason Wright, Mike Garrett, el ya fallecido Claudio Maccone, Jill Tarter y muchos otros han dedicado décadas a desarrollar métodos rigurosos para explorar estas posibilidades. Su trabajo está impulsado por la curiosidad y por la disciplina, la combinación que hace eficaz a la ciencia. Ninguno de estos autores confunde especulación con descubrimiento y ninguno necesita exagerar para dar importancia a su trabajo.

Rechazar la hipótesis de Loeb de que 3I/ATLAS es una nave alienígena no significa rechazar la vida en el universo. Simplemente significa aplicar el sentido común y la metodología científica. La ciencia es enormemente abierta a la posibilidad de vida. Lo que resiste, con buen criterio, es la erosión del rigor en su nombre.


Falacia 6. «Al menos este objeto está siendo estudiado gracias al coraje deLoeb»

Esta narrativa es falsa. 3I/ATLAS, igual que antes 1I/ʻOumuamua, ya se encontraba bajo un intenso escrutinio por parte de la comunidad científica mucho antes de las intervenciones públicas de Loeb. Son objetos fascinantes bajo cualquier criterio. Visitantes interestelares que ofrecen una ventana única a otros sistemas planetarios. La respuesta internacional a su descubrimiento fue inmediata, coordinada y muy comprometida. Loeb no encendió el interés científico. Lo que hizo fue apropiárselo para sus intereses.

De hecho, si nos fijamos en su trayectoria mediática, aparece un patrón muy claro. Su «hipótesis alienígena» se cuelga siempre a fenómenos que ya tienen mucha visibilidad y están en el foco mediático: el misterio inicial de los estallidos rápidos de radio (FRB) en 2017, el entusiasmo en torno a 1I/ʻOumuamua en 2018 y ahora 3I/ATLAS. Escoge de forma sistemática temas que ya están en el foco, en los que la atención del público está garantizada y la incertidumbre científica es fácilmente dramatizable. Mientras tanto, evita los casos que la comunidad científica considera realmente enigmáticos, como la señal Wow! o la estrella de Boyajian (o estrella de Tabby). Uno se pregunta si no será porque en esos casos no tiene el monopolio mediático.

[Actualización (15/11/2025): Algunos lectores, a quienes agradezco sinceramente su atención, me han señalado que Loeb sí ha escrito sobre la señal Wow! [11]. Ya era consciente de esto pero aquí lo que hace es únicamente vincular el origen de la señal Wow! con 3I/ATLAS, incorporándola a su propia hipótesis y apropiándose de un enigma que ya existía. Mi punto en la discusión anterior es que no suele involucrarse en aquellos enigmas para los que no existe una oportunidad clara de atribuirse el mérito de haberlos llevado a la esfera pública. Por cierto, esta historia tiene una derivada muy curiosa. Yo ya advertí la coincidencia entre 3I/ATLAS y la señal Wow! (proceden grosso modo de una dirección similar en el cielo) y lo publiqué en redes sociales[12] el 12 de Agosto, mucho antes de que lo hiciera Loeb. Lo hice de forma deliberadamente humorística, como una parodia del tipo de razonamiento defectuoso que él ha venido siguiendo. Me quedé enormemente sorprendido al comprobar que lo que yo concebí como una parodia acabó sucediendo en la realidad. Un mes después de mi publicación satírica, Loeb escribió un artículo proponiendo esta misma conexión. Pero bueno, aún le llevo ventaja. En mi parodia no solo relacioné 3I/ATLAS con la señal Wow!, sino también con la hipótesis del Planeta Nueve. Naturalmente, la aparente conexión entre 3I/ATLAS y la señal Wow! no tiene nada de misterioso. Es consecuencia natural de que ambos proceden de la región general del Centro Galáctico, que es una región donde la densidad de objetos es más alta.]

Loeb no actúa como el clásico whistelblower (alguien que descubre y denuncia una trama oculta), sino  en base a un mero oportunismo envuelto en lenguaje de disidencia. El verdadero coraje científico consiste en seguir a la evidencia incluso cuando conduce a territorios poco llamativos, no en perseguir los titulares una vez que otros han hecho el arduo trabajo observacional.


Falacia 7. «Debemos ser humildes. Como yo»

Loeb predica con frecuencia la humildad [7]. Él mismo afirma que la aprendió trabajando en una granja [8]. En mi opinión, el contraste entre ese discurso y su comportamiento real es casi cómicamente irónico. Su conducta transmite justo lo contrario de lo que predica. Se comporta como el conductor que ve a todos los coches circulando en dirección opuesta a la suya y concluye que van todos en dirección contraria. Se posiciona como el único iluminado que ha descubierto la verdad y afirma, de forma implícita o explícita, que todos los demás científicos, que además son expertos en campos donde él no lo es, están equivocados. Aunque tuviera razón, me cuesta recordar posicionamientos más arrogantes en la historia de la ciencia, quizá con la excepción de la frase de Descartes en la que decía que había omitido intencionadamente algunos hallazgos para dejar a otros el placer de descubrirlos.

La versión de «humildad» de Loeb tiende a invertir el significado del concepto. En su relato, poseer la verdad se convierte en una prueba de modestia y el desacuerdo pasa a ser un síntoma de arrogancia ajena. No solo se presenta como el único que ha visto la verdad. Llegó a sugerir que 3I/ATLAS podría haber sido una prueba de inteligencia diseñada por una civilización alienígena superior para probarnos. Según su narrativa, él sería el único científico terrícola que habría superado la prueba de inteligencia alienígena. Para más ironía, confundió el concepto refiriéndose a él como una prueba de Turing, que es algo completamente distinto (una prueba de Turing sirve para determinar si una máquina puede pensar como un ser humano).

Aun hay más. Propuso también una escala para medir la probabilidad de que un objeto interestelar sea artificial y la bautizó como «escala de Loeb» [9]. No soy historiador de la ciencia, pero es la primera vez que oigo hablar de un auto-homenaje de este tipo. Tradicionalmente, cuando una ley, un teorema o una escala llevan el nombre de alguien es porque otras personas han decidido honrar esa contribución asociando a ella el nombre de su descubridor. No porque el propio autor decida ponerse su nombre. Llamar a una escala por el propio apellido es, en términos retóricos, el equivalente a erigirse una estatua a uno mismo.

El patrón se extiende más allá de sus escritos. En un debate público retransmitido en internet, Loeb habló de forma despectiva y maleducada haciendo mansplaining de SETI a la mismísima Jill Tarter [4], una pionera cuya labor literalmente definió ese campo de investigación. Cuando alguien afirma encarnar la humildad y al mismo tiempo trata a sus colegas como si fueran ignorantes, la contradicción se explica sola.

Rara vez he visto a una figura pública expresarse sin ningún tipo de reparos con tal autoimportancia, quizá con las excepciones de Isaac Asimov o Paco Umbral. No lo digo como algo negativo. De hecho, siempre he admirado la obra de Asimov. Por supuesto, la personalidad de alguien es irrelevante a la hora de juzgar si está en lo cierto o no. Lo que intento señalar aquí es la falacia de exigir humildad a los demás mientras uno es, por decirlo suavemente, anómalamente arrogante entre los seres humanos.


Falacia 8. «Las anomalías apuntan a explicaciones extraordinarias»

Un elemento clave en la retórica de Loeb es su uso de la palabra «anomalía». Es un término que tiene un halo de misterio. Sugiere que algo no solo es inusual, sino que resulta fundamentalmente inexplicable, en este caso un posible indicio de tecnología alienígena. Sin embargo, en ciencia, que algo sea anómalo no significa que sea inexplicable. Solo significa que se desvía del comportamiento medio o de lo que esperábamos. En mi artículo anterior [2] utilicé la palabra anomalía en el mismo sentido que Loeb para referirme a algunas peculiaridades de mi propia anatomía. Siguiendo la lógica de Loeb, eso nos llevaría a concluir que soy un ser alienígena.

Loeb reformula de manera sistemática las características poco corrientes de los objetos como «anomalías» y luego las utiliza como indicios de que el objeto en cuestión, ya sea 1I/ʻOumuamua o 3I/ATLAS, podría ser artificial. En realidad, casi todas esas llamaddas anomalías desaparecen cuando se examinan con más cuidado [2, 3] o encajan sin problemas dentro de la diversidad natural de comportamientos cometarios y asteroides.

Para ilustrarlo, imaginemos que conocemos a una persona con algunos rasgos peculiares. Quizá un pelo muy llamativo, una estatura poco común o un acento extraño. Loeb enumeraría esos rasgos como anomalías si quisiera convencernos de que esa persona no es humana, sino, pongamos, un coche. Sin embargo, esto es un disparate. Podríamos describir a esa persona como peculiar, pero no concluiríamos que es un automóvil. Un coche se diferenciaría de una persona en características completamente distintas y obvias. Del mismo modo, un cometa con rasgos que se salen de la media sigue siendo un cometa.

Al llamar «anomalías» a variaciones que son normales, Loeb invierta la carga de la prueba. Ahora ya no tiene que presentar indicios de que aquello es una nave alienígena, se quita de encima esa responsabilidad. Lleva al público a interpretar la diversidad natural como evidencia de diseño alienígena. Es un truco lingüístico sutil pero poderoso. Sustituye el razonamiento estadístico por el suspense narrativo. Al hacerlo explota un sesgo cognitivo muy profundo en nuestra percepción. Nuestra tendencia a confundir lo desconocido con lo misterioso.

Como se discute con detalle en otros artículos [2, 3], las supuestas «anomalías» de 3I/ATLAS son completamente coherentes con lo que esperaríamos de un cometa natural una vez que se tienen en cuenta las incertidumbres observacionales y las hipótesis de los modelos. Dicho de otro modo, el misterio se evapora cuando los datos se tratan correctamente.


Conclusión

En definitiva, el problema no es Avi Loeb en sí mismo, sino el ecosistema cultural que recompensa el espectáculo por encima del contenido. Loeb es un hombre brillante y elocuente que podría haber sido una voz muy potente a favor de la ciencia. En lugar de eso se ha convertido en un espejo que refleja nuestra fascinación colectiva por el misterio y nuestra impaciencia ante la incertidumbre. La curiosidad es la chispa que enciende todo descubrimiento, pero cuando pierde la disciplina se desliza hacia la mitología. Cuando la fantasía ociosa toma el control, la ciencia se convierte en poco más que relato.

Pero hay un problema más profundo y fundamental que comparten no solo la narrativa de Loeb sino casi todas las historias de visitas alienígenas. La suposición de que somos de algún modo especiales. Los modelos actuales estiman que cada año pasan por nuestro sistema solar cientos de objetos interestelares que no vemos porque son demasiado débiles o porque no estamos mirando justo en la dirección adecuada. Sin embargo, por puro azar, hemos observado tres: 1I/ʻOumuamua, 2I/Borisov y 3I/ATLAS. Tres de entre cientos.

La probabilidad de que el único que hemos detectado durante nuestra brevísima era tecnológica no sea un cuerpo natural, sino una nave alienígena, exige llevar la credulidad más allá de cualquier límite razonable. Implicaría que, entre los miles de millones de billones de cometas que vagan por la galaxia, el que se hace visible para nosotros justo en este instante histórico es el visitante que llevábamos esperando toda la vida. Eso no es humildad, es antropocentrismo disfrazado.

3I/ATLAS no llega desde la dirección de ninguna estrella cercana. A la velocidad que lleva, debe de haber viajado por el espacio interestelar durante miles de millones de años, cruzando la galaxia mucho antes de que existieran los seres humanos. Si fuera una nave espacial, la coincidencia de que atravesase nuestro sistema solar precisamente en las pocas décadas en las que podemos observarlo nos convertiría no solo en afortunados, sino en privilegiados cósmicos. Una idea que contradice toda noción estadística, el sentido común... y la humildad cósmica.

La narrativa persiste en nuestro imaginario colectivo porque hemos crecido en una cultura de las películas. En nuestro interior, todos albergamos un deseo íntimo subconsciente de ser el protagonista de alguna historia cósmica. Nos resulta natural pensar que cosas especiales ocurrirán durante nuestra vida. Han Solo dijo «No me hables de probabilidades (Never tell me the odds)» en Star Wars cuando le recuerdan la baja probabilidad de sobrevivir a su aventura. Y tiene toda la razón, como personaje de ficción. A él las probabilidades no se le aplican. Solo se aplica la voluntad de los guionistas, seres superiores dentro de ese mundo cuya decisión determina todo lo que ocurre. En ciencia, en cambio, trabajamos con lo que podríamos llamar un «principio de no-película». Según esta idea no somos especiales y los acontecimientos se desarrollan con absoluta indiferencia hacia nosotros. Este principio marca, en cierto sentido, la frontera entre ciencia y religión.

Loeb ha manifestado recientemente su creencia de que el Mesías será un alienígena llegado del espacio exterior. Es una metáfora llamativa de cómo su narrativa ha ido desplazándose desde la astronomía hacia la teología. Hay algo profundamente humano en ello: el deseo de revelación, una confirmación cósmica de que no estamos solos y de que nuestras preguntas importan. Sin embargo, ese anhelo, por noble que sea, debería servir para recordarnos por qué existe la ciencia. Para separar lo que deseamos que sea verdad de aquello que aprendemos que es verdad.

Quienes siguen a Loeb no son enemigos de la ciencia. Son, en muchos casos, amantes decepcionados de la ciencia. Personas atraídas por el asombro del cosmos, pero engañadas por el atractivo de las respuestas fáciles y cortoplacistas. El camino para que puedan regresar no pasa por la burla, sino por la empatía y la conversación serena. Es necesario demostrar que la verdadera ciencia es capaz de inspirar un asombro mucho más profundo y duradero que cualquier relato de mesías alienígenas o conspiraciones cósmicas. Si hay una lección en el «culto a Loeb» es que la ciencia debe aprender a transmitir el asombro y la fascinación sin renunciar al rigor.

References

[1] https://www.merriam-webster.com/dictionary/cult
[2] https://tinieblasyestrellas.blogspot.com/2025/08/3iatlas-un-gato-en-mi-terraza.html
[3] https://sites.psu.edu/astrowright/2025/11/09/loebs-3i-atlas-anomalies-explained/
[4] https://sites.psu.edu/astrowright/2025/09/29/3i-atlass-anti-tail-isnt-unique/
[5] https://www.forbes.com/sites/startswithabang/2021/02/16/watch-harvard-astronomer-mansplains-seti-to-the-legend-who-inspired-carl-sagans-contact/
[6] https://galileo.hsites.harvard.edu/
[7] https://avi-loeb.medium.com/as-the-government-shutdown-ends-can-nasa-please-release-the-40-day-old-hirise-images-of-3i-atlas-a7a37f3ec177
[8] https://www.washingtonpost.com/lifestyle/style/harvards-top-astronomer-says-an-alien-ship-may-be-among-us--and-he-doesnt-care-what-his-colleagues-think/2019/02/04/a5d70bb0-24d5-11e9-90cd-dedb0c92dc17_story.html
[9] https://www.arxiv.org/abs/2508.09167
[10] https://avi-loeb.medium.com/see-https-avi-loeb-medium-com-the-loeb-scale-astronomical-classification-of-interstellar-objects-6-545aa5492087
[11] https://avi-loeb.medium.com/was-the-wow-signal-emitted-from-3i-atlas-d18d4f0d1f1e
[12] https://bsky.app/profile/hectorsocas.bsky.social/post/3lw7ydxmfcc2o


Comments

  1. Una postura muy balanceada, lamentablemente eso no vende en esta sociedad. Javi Santaolalla chuleó a Abi Loeb por aventado, y Astrofisicos en Accion se burlaron de el en el podcast "Herejes". Mantener un justo medio no tiene alcance en este mundo

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